Aunque existe amplia literatura de la Antigua Grecia, China y España que indica el deseo de volar por el hombre e imitar los movimientos de las aves, los diversos estudios llevan a ubicar a Leonardo Da Vinci, en 1488, como ese genio que ideó la creación de una máquina de volar.
Sin embargo, hasta 1903 no se concreta la posibilidad de volar, cuando los hermanos Orville y Wilbur Wright, importantes fabricantes de bicicletas, diseñaron un aparato volador que planearon durante 12 segundos y recorrieron una distancia de 36 metros. Para muchos, esto no fue el inicio de la aviación porque para hacerlo la máquina fue impulsada por una catapulta externa.
Si miramos la máquina de volar plasmada en planos por Da Vinci, tan solo es una idea. Por su parte, la propuesta de los hermanos Wright con el prototipo funcional es una invención.
En ninguno de los casos se puede hablar de innovación.
Por su parte, se considera que el primer hombre que logró despegar a bordo de un avión impulsado por un motor aeronáutico fue el brasileño Santos Dumont, en 1906, en cuyo vuelo consiguió cumplir un circuito bajo el registro de periodistas. Esto ocurrió en París y voló aproximadamente 60 metros a una altura de dos a tres metros. Entonces, ¿podríamos hablar de innovación en ese momento? Tampoco.
En 1911 aparece el primer hidroavión en Estados Unidos. Recién después de la Primera Guerra Mundial se empiezan a analizar otras formas de propulsión y, finalmente, en 1930 Frank Whittle patenta los primeros motores de turbina. El 27 de agosto de 1939, en Alemania, despega el HE-178 de Heinkel realizando el primer vuelo a reacción pura de la historia. Entonces, ¿acá si hay innovación? Tal vez.
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La verdadera innovación
Con los desarrollos de las partes, posibilitó que los aviones pudieran mantenerse en vuelo y recorrer largas distancias de manera segura, ya fuera para la guerra o el transporte de carga o pasajeros, la máquina de volar (el avión) era utilizada por las personas para un propósito. En ese momento, se podría afirmar que existe innovación.
La aceptación social y la comercialización son fundamentales para que pueda hablarse de innovación.
Ese primer vuelo con pasajeros podría ser catalogado como innovación radical. Sin embargo, con el tiempo, se convirtió en innovación incremental. Es decir que existen modificaciones o integraciones de otras innovaciones con respecto a la inicial.
Estas, a su vez, pueden ser de productos o procesos. Sacar al mercado un motor de avión, con ciertas nuevas características, puede ser considerado innovación de producto, pero si en el desarrollo existen modificaciones que impactan en la reducción de tiempos y espacios, podría ser tratado como innovación de producto.
Por lo tanto, la innovación no es crear algo nuevo ni inventar, es implementar o modificar un producto o proceso que tenga aceptación social, a través de la divulgación o comercialización. Es decir, que la gente los use en su entono cotidiano.