#En200Palabras:
Mientras jugaba como cualquier niño, había algo que les generaba preocupación a mis padres y hermanos. De un momento a otro, no volví a hablar. Cuando quería algo, solo señalaba o balbuceaba.
Me llevaron al médico para que me diagnosticara, pero, por aquella época, no existían tantos adelantos científicos que permitieran analizar e identificar las causas o, simplemente, no se le prestaba atención a esos casos. La conclusión fue rápida: se trataba de mimos. Sin saber que podrían existir otros motivos.
“¡Jucho herera!”, así gritaba emocionado el nombre de ‘Lucho’ Herrera cuando lo vi en la televisión coronarse campeón de la Vuelta a España, tres meses antes de cumplir mis cinco años.
La preocupación de mi familia continuó durante dos años y medio y, al no tener un parte médico que correspondiera a la realidad, recurrieron a “remedios” arraigados en las creencias populares para que “soltara la lengua”. Algunos vecinos sugirieron uno especial: que me comiera un Pinche, un pequeño pájaro de la región andina en vía de extinción.
Y así fue. Con una pequeña caja lo atraparon. De inmediato, mi mamá lo preparó. No fue uno, fueron dos los Pinches que me comí asados.
No sé si sería coincidencia, pero desde ese momento empecé a hablar con normalidad…, ¡y hasta “por los codos”!.