Santiago*, en su bicicleta, pedalea todas las tardes para entregar los domicilios en casas cercanas a la iglesia de La América, en Medellín. Sus padres tienen una tienda de abarrotes y es el encargado llevar los víveres en época de pandemia.
A sus 11 años, Santiago ya tiene experiencia y conoce, como ninguno, las direcciones en el sector.
Su tapabocas azul es más grande que su rostro, en el cual predomina sus lentes redondos recetados. La protección es fundamental para evitar cualquier contagio por estos días.
Cursa cuarto grado, también en una escuela cercana. Su profesora, a través de la virtualidad, le puso una tarea sobre la pirámide alimenticia.
Santiago, con mucha astucia y recursividad, tomó productos de la tienda y, con cajas de cartón, construyó en la calle la pirámide.
Mientras tanto, sus compañeros de clase la dibujan o tienen dificultades para presentar la tarea.
La base estaba compuesta por arroz, panelas, pastas y granos. Más arriba, las legumbres y hortalizas. Luego ubicó algunas frutas, seguidas de los lácteos y finalizó, en la cima, con gomitas, papas y plátanos en paquete.
La felicidad en su rostro era evidente.
Por tal razón, no podemos compararnos con ranking académicos internacionales. Cada contexto es diferente y, máxime, cuando existen permanentes necesidades.
*Nombre cambiado por protección.