La paradoja de la tecnología: ¿inclusión o exclusión social?

A modo de reflexión.

Andrés Esteban Marín-Marín
Por Andrés Esteban Marín-Marín 4 lectura mínima

En una de las sesiones de un curso de Administración Deportiva en el que participo como estudiante, el profesor afirmó categóricamente que “la tecnología es incluyente y democrática”. Quise intervenir para discutir esta visión determinista, pero, paradójicamente, el micrófono estaba desactivado y no se permitía la interacción en la sesión virtual. Un momento que, en sí mismo, contradecía el discurso de la inclusión: si la tecnología es realmente incluyente, ¿por qué no me permitía expresarme?

En ese instante, recordé las enseñanzas de mis profesores Hernán Thomas y Lucas Becerra de la Universidad Nacional de Quilmes, Argentina. Desde una perspectiva socio-técnica, ellos me ayudaron a comprender que la tecnología no es neutral ni universal, sino que está atravesada por dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales. Bajo esta mirada, la tecnología no es solo artefacto, sino también proceso y organización, lo que implica que estamos rodeados de tecnología en todas sus dimensiones. La ropa, un lápiz y un balón son tecnología.

Brechas digitales y desigualdad

La idea de que la tecnología es incluyente y democrática es, en el mejor de los casos, un ideal. En la realidad, la tecnología también excluye socialmente. Pensemos en el acceso a internet: mientras en las grandes ciudades se cuenta con conexiones de alta velocidad, en la ruralidad es deficiente o incluso inexistente. La brecha digital es una clara ilustración de cómo la tecnología puede generar desigualdad. En términos de educación, el acceso a herramientas digitales varía según el nivel socioeconómico, lo que afecta directamente las oportunidades de aprendizaje y desarrollo profesional.

Además, la tecnología siempre es política. No surge en un vacío, sino en contextos donde las decisiones sobre su diseño, implementación y acceso están mediadas por intereses económicos y gubernamentales. Un ejemplo de esto es el uso de los algoritmos en plataformas digitales. Aunque se presentan como herramientas imparciales, los algoritmos responden a modelos de negocio que priorizan ciertos contenidos sobre otros, afectando lo que vemos y consumimos en línea. En este sentido, la inteligencia artificial y los sistemas de recomendación pueden reforzar sesgos preexistentes, privilegiando ciertas narrativas y excluyendo otras.

Desde una perspectiva crítica, podemos decir que la tecnología, más que solucionar problemas, muchas veces los redefine o genera nuevos. Pongamos por caso el deporte y la actividad física. La incorporación de dispositivos de monitoreo de rendimiento, como los relojes inteligentes o las aplicaciones de entrenamiento, ha revolucionado la manera en que las personas acceden a la información sobre su estado físico. Sin embargo, no todos pueden costear estos dispositivos o tienen las competencias digitales para aprovecharlos. En ese sentido, la promesa de democratización se diluye cuando la exclusión económica y digital impide el acceso equitativo a estos avances.

Repensar la tecnología desde lo social

Entonces, ¿todos podemos acceder a la tecnología? ¿Todos tenemos las mismas oportunidades con su uso? La respuesta es evidente: no. Mientras exista desigualdad en la infraestructura tecnológica, en la formación digital y en el acceso económico a dispositivos y plataformas, la tecnología seguirá siendo una herramienta de exclusión tanto como de inclusión. La clave está en reconocer su dimensión política y en generar estrategias que minimicen estas brechas.

Más que aceptar de manera acrítica que la tecnología es incluyente y democrática, debemos cuestionar y repensar su desarrollo y aplicación. El reto no es solo tecnológico, sino social y político: garantizar que las herramientas digitales realmente estén al servicio de todos y no solo de quienes tienen los privilegios para acceder a ellas.

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Periodista, especialista en Gerencia de la Comunicación con Sistemas de Información, magíster en Comunicación, maestrando en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina), exárbitro de fútbol, Líder Catalizador de la Innovación Pública y profesor universitario.
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