“Vísteme despacio que tengo prisa”: liderazgo en tiempos líquidos

A modo de reflexión.

Andrés Esteban Marín-Marín
Por Andrés Esteban Marín-Marín 4 lectura mínima

Vivimos obsesionados con el tiempo. Nos quejamos de que no alcanza, de que se nos va volando, de que corre más rápido que nuestras ideas. Sin embargo, cada día lo exprimimos más. Escuchamos los audios de WhatsApp en 1.5x o 2x, apretamos botones para “saltar el intro” en Netflix y hacemos scroll infinito como si no tuviéramos paciencia ni para lo que nos interesa. En esta carrera frenética, confundimos velocidad con eficiencia y rapidez con inteligencia.

Como decía Albert Einstein, el tiempo es relativo. Pero hoy, más que nunca, es también manipulado, fragmentado, acelerado y maltratado. Vivimos con el pie en el acelerador, mientras las organizaciones y empresas siguen el mismo patrón: avanzar sin detenerse, producir sin pensar, ejecutar sin reflexionar. En este contexto, las pausas son vistas como pérdidas, y la calma, como un lujo innecesario. Pero como decía mi mamá (y antes Napoleón Bonaparte): “vísteme despacio que estoy de prisa”. Porque para hacer las cosas bien, hay que hacerlas con cabeza fría, no a toda marcha.

En tiempos de crisis, responder sin pensar suele ser una receta para el desastre. No obstante, muchas empresas siguen tomando decisiones apresuradas, sin protocolos claros, sin lecturas estratégicas, sin comprender que cada situación exige una respuesta distinta. No se trata de llenar carpetas con planes extensos, sino de contar con rutas claras, adaptables y prácticas para actuar con inteligencia. Lo que se requiere no es un manual universal, sino la capacidad de leer las realidades desde cada contexto.

Y aquí es donde aparece una de las grandes barreras: las estructuras funcionales. La mayoría de las organizaciones están diseñadas para mantener el orden, no para comprender lo que ocurre de manera libre. Ejemplo paradigmático: las reuniones. ¿Cuántas veces hemos estado en una reunión que parece un déjà vu? Se habla mucho, se decide poco, se reparten tareas que nadie cumple, y se convoca otra reunión para analizar qué pasó en la primera. El resultado: horas perdidas, problemas no resueltos y frustraciones acumuladas.

“Las reunionsitis”

Estamos frente a una verdadera pandemia: “las reunionsitis”. Un mal silencioso que roba tiempo, diluye responsabilidades y desvía el foco de lo verdaderamente importante. Y lo más preocupante: en estas reuniones rara vez se habla de lo que debe hablarse. Se evitan las discusiones, se esquivan las decisiones duras, se repiten los mismos discursos de siempre. En lugar de convertirse en espacios para generar valor, se transforman en rituales de la inercia.

No todo está perdido. Existen metodologías que nos invitan a romper con ese ciclo. Pero más allá de técnicas, el verdadero cambio está en la cultura. Y eso implica repensar la forma en que lideramos. Muchos directivos le temen al diálogo abierto, a la crítica y al disenso. Prefieren mantener el control antes que promover la inteligencia colectiva.

En tiempos líquidos de Zygmunt Bauman, liderar es facilitar decisiones estratégicas en ciclos más cortos, con equipos empoderados y datos claros. Es gestionar desde la realidad, no desde la incertidumbre.

En un mundo rodeado por las herramientas de la inteligencia artificial, nuestra ventaja no está en correr más rápido, sino en pensar mejor. La IA puede procesar millones de datos en segundos, pero no puede detenerse a sentir, observar, preguntar y dudar. Nosotros sí. Tomarse el tiempo no es un lujo, es una estrategia. Una que permite ser verdaderamente ágiles. Y en eso…, aún tenemos ventaja.

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Periodista, especialista en Gerencia de la Comunicación con Sistemas de Información, magíster en Comunicación, maestrando en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina), exárbitro de fútbol, Líder Catalizador de la Innovación Pública y profesor universitario.
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