#En200Palabras:
En pocos días iniciaba mi período de vacaciones. Para la época, había terminado mi primer semestre de Ingeniería Eléctrica en la Universidad Nacional.
Mi papá, constructor civil por vocación, me propuso ser su ayudante para la remodelación de un baño en una casa de familia. Se tenía que tumbar y levantar de nuevo.
Años atrás, justo cuando había terminado décimo grado, también había trabajado como su ayudante en la construcción de unos apartamentos.
Aunque sabía que era duro (madrugar, cargar arena, cemento, ladrillos, baldosas y otras actividades propio de la albañilería), le dije que sí.
Después de la demolición, me mandaron a la ferretería por un saco de cemento. No tuve problema para ir caminando. Siempre era retirado.
Cuando me lo entregaron, no sabía qué hacer. Eran 50 kilogramos. No tenía plata para tomar un taxi. Tocaba llevarlo cargado.
Daba tres pasos y descansaba veinte minutos. Se me hizo eterno. Siempre he sido “debilucho”.
¿Cómo llegué? No me pregunten, pero lo hice. Mi papá me recibió con una sonrisa.
En ese momento comprendí que me estaba dando una lección, para que experimentara el sacrificio que las personas hacen cuando se levantaban todas las mañanas para enfrentar diversas situaciones de la vida.