#En200Palabras:
En la triple frontera amazónica, en la cual se unen los territorios de Colombia, Brasil y Perú, tomé un ferri río a arriba para adentrarme en la selva y encontrarme con poblaciones indígenas y campesinas.
Después de avistar algunos delfines rosados y de navegar, aproximadamente, unos veinte minutos por el río Amazonas, ese mismo que es llamado por los moradores Río Amarillo o Solimões (va desde la triple frontera hasta Manaos, Brasil, donde se junta con el río Negro), observé algo que me llamó la atención: una embarcación, tipo planchón, anclada en el costado derecho.
Se trataba de una cancha de fútbol en el río Amazonas. El terreno de juego, similar a uno de fútbol sala, pero con césped sintético, cubierto con mallas para que el balón no se saliera y con demarcación en el centro y en las áreas de meta.
Esta singular cancha, ubicada al frente de un popular hotel en la selva, es el lugar para que moradores y turistas jueguen. Aunque al principio se siente raro: la cancha se mueve por el oleaje y la humedad es alta. Luego, uno se acostumbra.
La mágica, imponente y significativa cancha es el ejemplo de la universalidad del fútbol.