Un amigo luminoso

Andrés Esteban Marín-Marín
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#En200Palabras:

Me llamo Cocuyo. No tengo apellido, pero tengo luz. Nací en la espesura de Cerro Bravo, justo cuando la brisa de Cuaresma susurraba las noches de Fredonia. Volaba bajo, entre los murmullos del viento y el ruido de las herramientas, cuando un gigante me confundió con una cucaracha. Alcé mi luz como quien grita “¡soy distinto!”. Y fue entonces cuando una voz cálida lo detuvo.

—No lo mates, es un Cocuyo de Cuaresma —dijo el otro humano. Desde ese instante, me protegió.

Supe que tenía una misión: conocer a alguien especial. Me llevó a una casa donde vivía un niño de cinco años. Cuando me vio, sus ojos brillaron tanto como yo. Me llamó simplemente Cocuyo y me regaló un hogar en una matera llena de tierra y sol.

Volaba de noche y regresaba al amanecer. Jugaba con él y con su gato Pepe. Aprendí a quererlos. Fueron dos meses de diversión, luz y amistad. Pero todo cocuyo tiene un ciclo, y una mañana ya no volé más.

Esta historia sucedió en la vida real. Ahora le cedo la voz al niño que me dio nombre y cariño:

—Así es, mi papá me presentó a Cocuyo… y desde allí viene mi sensibilidad por cualquier forma de vida.

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Periodista, especialista en Gerencia de la Comunicación con Sistemas de Información, magíster en Comunicación, maestrando en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina), exárbitro de fútbol, Líder Catalizador de la Innovación Pública y profesor universitario.
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