#En200Palabras:
Para mí fue divertido, pero para mis hermanos no. En pleno parque con juegos mecánicos estaba la popular “Rueda de Chicago”, imponente e iluminada por bombillos de colores. De inmediato expresé mi intención de subirme.
Solitario en aquella cabina azul, en esa donde se camuflaba el óxido de la silla con un recién brochazo de pintura, me permitía descubrir el mundo desde las alturas. Allí, abajo, mis hermanos me miraban sonrientes.
Cuando llegué a lo más alto, la cara de mis hermanos cambió. La cabina (abierta) en la que iba se volteó. Los tornillos que la sostenían se soltaron y yo colgaba. La rueda se detuvo, mientras la gente gritaba al verme de cabezas. “¡Niño, no se suelte!”, exclamaban.
Lo único que me sujetaba era la barra metálica de la silla que presionaba mi pecho. Pero estaba tranquilo y calmado, tal vez sin comprender lo delicado de la situación. Tengo presente la angustia de mis hermanos y la ansiedad de las personas para ayudar a que no cayera.
No recuerdo las maniobras del rescate ni tampoco cómo me bajaron, solo el fuerte aplauso cuando me pusieron a salvo. Bueno, después de esto vendrían fuertes caídas de columpios, de bicicletas y más.