La noche en la que quedé colgando, y de cabezas, en lo más alto de una “Rueda de Chicago”

Andrés Esteban Marín-Marín
Por Andrés Esteban Marín-Marín 2 lectura mínima

#En200Palabras:

Para mí fue divertido, pero para mis hermanos no. En pleno parque con juegos mecánicos estaba la popular “Rueda de Chicago”, imponente e iluminada por bombillos de colores. De inmediato expresé mi intención de subirme.

Solitario en aquella cabina azul, en esa donde se camuflaba el óxido de la silla con un recién brochazo de pintura, me permitía descubrir el mundo desde las alturas. Allí, abajo, mis hermanos me miraban sonrientes.

Cuando llegué a lo más alto, la cara de mis hermanos cambió. La cabina (abierta) en la que iba se volteó. Los tornillos que la sostenían se soltaron y yo colgaba. La rueda se detuvo, mientras la gente gritaba al verme de cabezas. “¡Niño, no se suelte!”, exclamaban.

Lo único que me sujetaba era la barra metálica de la silla que presionaba mi pecho. Pero estaba tranquilo y calmado, tal vez sin comprender lo delicado de la situación. Tengo presente la angustia de mis hermanos y la ansiedad de las personas para ayudar a que no cayera.

No recuerdo las maniobras del rescate ni tampoco cómo me bajaron, solo el fuerte aplauso cuando me pusieron a salvo. Bueno, después de esto vendrían fuertes caídas de columpios, de bicicletas y más.

Comparte este artículo
Periodista, especialista en Gerencia de la Comunicación con Sistemas de Información, magíster en Comunicación, maestrando en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina), exárbitro de fútbol, Líder Catalizador de la Innovación y profe universitario.
Deja un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir al contenido