#En200Palabras:
Avanzaba la noche de Halloween. Yo, agotado por estar disfrazado de diablo, fui a casa para cambiarme y regresar al parque. Claro, a mis seis años tenía que pedirle permiso a mi mamá.
Tomé el primer pantalón y la primera camiseta que encontré. Rápidamente me vestí y subí al parque principal de Fredonia. Y, de nuevo, me reuní con mis amiguitos.
De repente, una turba se reunió en una de las esquinas de la plaza, esa que queda al frente de la alcaldía municipal. Algo estaban arrojando desde un balcón: ¡estaba “lloviendo plata”!
Con cada moneda o billete que caía, las personas gritaban y se empujaban.
Uno de mis hermanos veía desde la distancia lo acontecido. Centró su mirada en un niño que “voló” a una cuneta. Se paró, se limpió y siguió recogiendo plata. El niño era yo.
Entre monedas de 20 y 50 pesos, reuní una muy buena cantidad de dinero. No recuerdo cuánto, pero lo suficiente para comprar crispetas para toda mi familia.
Con el tiempo, supe que quien había lanzado la plata era un mafioso y que era una práctica habitual. También, tengo entendido, que dicha persona perdió toda su fortuna y sobrevive de la caridad.