#En200Palabras:
En una morada de Santa Mónica, cada noche y a la misma hora, resonaban pasos inquietantes en el techo. Como un espectro errante, se movían de un extremo a otro.
Al llegar la madrugada, estos pasos descendían al patio trasero. Sus habitantes, con el corazón palpitante, se asomaban temerosos y el sonido cesaba de inmediato, sumiendo la casa en un misterio aún más profundo. Las sombras se cernían en la oscuridad y, cuando las luces se extinguían, volvían a manifestarse.
Una noche, mientras una interferencia perturbaba la señal del televisor con el partido de fútbol, una sombra se deslizó por la ventana que daba al jardín. La figura, etérea e indefinida, trepó las paredes, dejando tras su larga cola un rastro de terror.
Decididos a desentrañar el enigma, instalaron una cámara con visión nocturna. Esa noche, al sonar los pasos, el teléfono zumbó con notificaciones.
Las imágenes revelaron a una criatura que descendía por los barrotes, recorría cada maceta, bebía agua, robaba comida del gato y trepaba por el tendedero, transformándose en una lechuza con ojos brillantes y misteriosos.
Tras horas de vigilancia, retomó su forma original y se desvaneció hacia la casa vecina, revelándose como una encantadora zarigüeya, portadora de antiguos secretos.