#En200Palabras:
Hace poco me pidieron que recordara algún pasatiempo que tenía cuando niño. Por mi cabeza pasaron diversas actividades que disfrutaba. Me divertía cuando construía una cometa y la elevaba cerca de mi casa.
Al principio, mi mamá le pagaba a un vecino experto para que me las hiciera. Mientras él tomaba la materia prima, silenciosamente me quedaba viéndolo y trataba de identificar los pasos para luego replicarlos. No pasó mucho tiempo y experimenté. Llegué a construirlas mejor.
Aprendí empíricamente de geometría y física, pero también de la vida. Desgajar y luchar contra la pelusa de las hojas secas de la cañabrava, tomar las medidas de las tirantes y calcular con la mano el peso preciso de las colas, implicaba despertar algunas destrezas. También la de identificar el instante indicado para echarla a volar.
Ya en vuelo, le enviaba telegramas, aquellas notas en papel que se situaban en la hilaza y se deslizaban hasta llegar a la cometa.
Era un momento mágico y de libertad, aunque, a veces, llegaba la frustración cuando la hilaza se reventaba y la cometa quedaba a la deriva. Sin embargo, con el tiempo comprendí que era el momento para construir una nueva cometa, diferentes o mejoradas para elevar nuevos sueños.