Como lo expresa Carlos Matus, la planificación es libertad. Es la posibilidad de crear un futuro que permita comprender los contextos y las realidades cambiantes.
En la actualidad, nos enfrentamos a situaciones de complejidad y de diversas percepciones, la mayoría encarriladas por el concepto de la posverdad. Hechos que generan incertidumbres, esas emociones negativas que repercuten en la gestión del diseño e implementación de estrategias y tácticas corporativas.
Por ejemplo, la desazón que se siente cuando se pierde el control de un plan. No solo son incertidumbres, también podrían ser pérdidas económicas o, aún más delicado, de imagen y reputación.
Por lo tanto, la planeación no debe hacerse desde la manera tradicional, tal vez esa que se enseña en las universidades. Se pierde libertad. Se debe construir desde un enfoque situacional, donde no existan recetas absolutas, sino que estén abiertas a los acontecimientos. ¡Qué sean dinámicas!
La planificación es una herramienta para buscar un bien común y generar espacios para la inclusión social. Es cambiar las variantes por opciones. Así que no solo es un documento guía que se debe seguir sin importar lo que ocurra fuera de la organización, se trata de una manera de ajustarse a las realidades diversas de los ciudadanos.
Momento en el cual aparece la improvisación, concepto que es estigmatizado en el enfoque tradicionalista, pero fundamental para maniobrar, estratégicamente, en las situaciones y contextos que se presentan con la implementación del plan.
Es como ese volante creativo en el fútbol que tiene libertad para generar juego y ser quien se adapta a los momentos del partido.
Artículo relacionado: Momento táctico-operacional y la improvisación encausada
No es “congelar la planificación” en un libro
Por esta razón, no debe existir un método planificador único. Cada gobernante o gerente debe diseñar uno propio, que corresponda a las realidades de cada territorio (contexto social, cultural, político y económico).
No se trata de copiar y pegar modelos, es comprender que cada situación es diferente, lo mismo que las ciudadanías. Tampoco puede existir un método único.
Es normal que se planifique por cumplir, solo por un requisito. Las estrategias y las tácticas implementadas, si es que se consuman, no se articulan con las reales necesidades de la ciudadanía. Esto es llamado planificación formalista. A veces solo se escribe con tecnicismo que ni el mismo ciudadano entiende y se deja a un lado la participación activa.
La realidad es cambiante y no es recomendable planear desde un solo diagnóstico. Algo falla cuando se diseña un plan con un montón de volúmenes, capítulos, proyectos y líneas. Cuando se abre y se ubica en un apartado determinado, ya la realidad cambió.
Esta es la razón por la cual Matus expresa que es indeseable e imposible “congelar la planificación” en un libro. Las situaciones deben ser concretas, pero con posibilidades de adaptarse a los cambios y que no caduque.
No obstante, la planificación es necesaria. Es la ruta que nos muestra el futuro. Es la herramienta de gobierno para las libertades. No existe un solo método…, y más, desde la cibernética.
Artículo relacionado: Participación ciudadana en la construcción de una política pública de ciencia, tecnología e innovación
Las “trincheras” del plan
Desde estas apreciaciones, Carlos Matus enumera y describe las virtudes y problemas de las planificaciones desde cuatro momentos, a las cuales llama “trincheras” y una tiene la capacidad de sobrepasar a la otra:
- Capacidad de predicción: se trata de predecir lo que ocurrirá. Es de capacidad débil. Genera problemas y se agotarían rápidamente los recursos del plan.
- Capacidad de previsión: es razonar en términos de contingencia. Frente a una situación, si ocurre algo, es tomar el camino adecuado para continuar y resolver el problema. No es una predicción, es una preparación para actuar frente a las diversas situaciones. Es tener un “Plan A”, un “Plan B” o un “Plan C”. Este momento es el que da origen a los escenarios y a la planificación de contingencias o, también, planificación para la crisis.
- Capacidad de reacción veloz ante las sorpresas: es algo que no se produce naturalmente y se necesita planificar. Implica una reacción rápida para anticipar los hechos con un mínimo de retraso. Es reaccionar de inmediato frente a cualquier sorpresa. Esto conlleva ajustar o rehacer el plan.
- Capacidad de aprendizaje sobre los errores del pasado reciente: también debe ser planificada. Es la escucha y el mapeo permanente entre lo calculado y la realidad. Se trata de analizar y expresarlo como experiencia de aprendizaje en la planificación.
Los cuatro momentos de la planificación
La planificación tradicional se hace por etapas o fases, mientras que la planificación situacional se hace por momentos. Las etapas implican abandonar lo calculado. Es una cadena continua y tienen un fin.
Por su parte, los momentos involucran el de retomar en cualquier momento y repetir. Siempre se está explicando, diseñando, haciendo cálculo estratégico y actuando. No tiene fin.
Los cuatro momentos que se presentan en el diseño de un plan situacional son:
- Momento explicativo: es cuando los actores, como su nombre lo indica, explican los problemas y, desde esa ilustración, diseñan cómo actuar.
- Momento normativo: cómo deben ser las cosas, es el interrogante permanente.
- Momento estratégico: como existen oponentes, es necesario sortear las resistencias. Es la articulación del debe ser con el puede ser.
- Momento táctico-operacional: es la acción o el actuar (el hacer), pero que corresponde a las actividades que integran el cumplimiento de las estrategias del plan.